El dilema entre disciplina y creatividad: cómo aprendí a escribir sin perder la inspiración

Un escritorio con una laptop, una libreta y unos audífonos rosados junto a una mariposa, simbolizando el equilibrio entre disciplina y creatividad en la escritura.

La niña disciplinada que no se creía creativa

La disciplina algún día vencerá a la inteligencia”. No recuerdo dónde escuché esa frase por primera vez, pero la creí desde niña. Nunca me consideré la más inteligente, pero sí era muy juiciosa. En el colegio y la universidad no era de las que sacaban las notas más altas, pero siempre destacaba por mi constancia.

Esa disciplina nació de una crianza estricta, no la juzgo, pero en mi infancia la creatividad se veía como una pérdida de tiempo. Cuando crecí y pude decidir en qué invertir mi tiempo, descubrí que esa misma disciplina podía darme estructura para dejar fluir algo que llevaba dentro desde siempre: una imaginación bastante inquieta.

Cuando la creatividad parecía un lujo

Nunca me vi como una persona creativa. Se me daban bien muchas cosas: dibujar, hacer manualidades o reparar algo si me enseñaban cómo. Pero yo veía a los demás, esos que parecían “naturalmente creativos”, y pensaba que lo mío no era talento, sino esfuerzo.

Durante años creí que la creatividad no podía entrenarse, que simplemente aparecía. Yo era organizada, metódica, pero sentía que la inspiración tenía sus propias reglas. Las primeras historias llegaron así: sin planearlo. Tenía tantas ideas en la cabeza que necesitaba escribirlas para no ahogarme en ellas.

Mis primeros borradores los escribí a lápiz y papel. No tenía computador en ese entonces, hablo del 2008, y usaba cuadernos reciclados. La escritura era un juego, un refugio. En clases, mi mente se iba a mundos inventados, especialmente a Entre Ángeles y Demonios.

Portada artesanal de cuaderno azul con figura dorada de un ángel y el nombre Angélica, representando la primera historia de fantasía “Entre ángeles y demonios”.

Me desconectaba de la realidad, pero me sentía viva. Luego vinieron los cuentos cortos, y más adelante, Crónicas del Reino Oscuro, cuando ya estaba en la universidad. Recuerdo que en clases de semiología, mientras el profesor explica los síntomas en una diapositiva, yo pensaba en escenas de mi libro. Mi mente no se detenía y me era difícil controlarla.

Mi doble vida entre la rutina y la imaginación

Mi primer año como au pair, coincidió con la edición de Crónicas del Reino Oscuro. Mientras cuidaba a los niños, soñaba despierta. Les contaba fragmentos de mis historias, veíamos películas para niños, escuchábamos música de las películas de Disney. Suena gracioso, pero esa mezcla entre trabajo, juegos y fantasía reavivó mi creatividad.

Fue una etapa hermosa, llena de inspiración y juegos. Sin embargo, el segundo año fue todo lo contrario. Apenas escribí. A veces pensaba en historias, pero no tenía energía para crearlas. Estaba en modo supervivencia y eso implicada tener mi mente ocupada en otras cosas. A veces la vida nos exige tanto que no deja espacio para crear. En ese segundo año en el extranjero no escribí nada, pero mis historias no murieron, seguían tejiéndose en mi imaginación. 

Hoy: la disciplina que me sostiene sin apagar mi creatividad

Cuando regresé a Colombia, fue como si algo dentro de mí despertara. Bajó la adrenalina, volví a respirar, y las ideas regresaron. El blog que tanto quería, La Monarca Azul apareció en mi cabeza, junto con nuevas historias y cuentos. Fue como volver a conectar conmigo misma.

Mi relación con la creatividad hoy es distinta. Aprendí a ordenarla sin controlarla. Ya no me pierdo por horas en mis historias ni dejo que mi mente se disperse sin rumbo. Ahora escribo con intención: para crear, pero también para vivir y disfrutar de lo que hago.

Después de publicar mi primera novela, entendí que la creatividad necesita estructura para materializarse. Si no la organizo, se queda en el aire. Por eso escribo todos los días algo, un cuento, un pensamiento, una idea para redes. Incluso la excusa de “tener” que publicar algo me mantiene creando cosas y aprendiendo. Es mi manera de mantener encendida la chispa.

Cierro con esto

Cuando veo mi trabajo materializado en La Monarca Azul, siento orgullo. Es auténtico, imperfecto, pero es mío. Cada texto refleja lo que soy: mis influencias, mis pensamientos, mi fe y mis emociones.

Escribir me ha enseñado que la disciplina no está peleada con la creatividad. Al contrario: es la base que la sostiene. Y cuando ambas se abrazan, nace algo hermoso.

Aún sigo aprendiendo, quizás este sea un proceso de nunca acabar, pero por lo menos ahora sé que no tengo que elegir una sobre la otra.

¿Te ha pasado algo parecido con tu creatividad? Cuéntamelo en los comentarios o en mis redes, me encantará leerte.

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