El Príncipe Azul

Este cuento contiene escenas que pueden resultar perturbadoras para algunas personas, incluyendo situaciones de manipulación emocional y violencia implícita. Se recomienda discreción.

Niña con vestido floral frente a un hombre en una carroza antigua en medio de un bosque oscuro.

Me vio caminando por el sendero del bosque. Hizo detener su carruaje y se bajó para hablarme. Dijo que había quedado impresionado con mi belleza y me invitó a su castillo, pero ante mi negativa se mostró tan insistente que llegó a asustarme. Comencé a correr, pero sus guardias me atraparon y perdí el conocimiento. 

Desperté en una habitación con vista a una hermosa cascada. Estaba en su castillo. Aquel hombre, quien tenía unos llamativos ojos azules, era muy extraño, aunque físicamente muy atractivo. Por más que le insistí que me dejara ir, no accedió. Encontrar ayuda fue imposible: el castillo estaba alejado de cualquier aldea.

—¿Qué quieres de mí? —le pregunté en varias ocasiones, sin recibir respuesta.

—Te quiero a ti —me respondió por fin, y entendí a qué se refería. Agarró mi mano derecha y me puso una pulsera de oro que me ajustó muy fuerte en la muñeca y que no pude quitarme. Entonces, se fue. 

Él no me dejaría ir hasta que accediera a su petición. No parecía tener prisa, pero a mí el encierro me estaba enloqueciendo. Noté sus intentos por cortejarme: me regalaba flores, me permitía ir al jardín y hasta me dejó bajar a la fuente. Y aunque le dije más de una vez que no podía aceptar porque no lo amaba, no cambió de opinión.

El tiempo pasaba y mi familia no sabía nada de mí. La costumbre tal vez me nubló los pensamientos y comencé a encariñarme con mi secuestrador. Entonces, accedí. 

Sus servidores se encargaron de decorar la habitación principal, buscando un ambiente propicio para lo que sucedería allí. Cuando estuvo lista, me pidieron que fuera. Él aún no estaba. La mujer que le servía me pidió que me pusiera un vestido azul, muy corto y ajustado, y luego salió de la habitación. 

A los pocos minutos entró él, el príncipe de los hermosos ojos azules. Estaba tan asustada que comencé a temblar, pero él me tomó de la mano y juntó sus labios con los míos. No sé en qué momento terminé desnuda… y entonces… obtuvo lo que quería.

Cuando desperté a la mañana siguiente, la luz del sol iluminaba la habitación. Él miraba a lo lejos desde el balcón y, al darse cuenta de que estaba despierta, vino hacia mí. Me sonrió mientras me peinaba el cabello y yo también le sonreí.

Entonces fue en dirección a la puerta. Sentí un golpe muy fuerte en la cabeza. Él se dividió en cuatro hombres muy diferentes entre sí. Todos estaban descamisados y se subían los pantalones. El castillo había desaparecido. Las ventanas estaban cerradas, pero los rayos de luz se filtraban por las hendiduras. Mi mano derecha estaba fuertemente atada a un lado de la cama.

—¡Estuvo bueno! —dijo uno.

—¡Y hasta salió premiada! —añadió otro.

Sentí un fuerte dolor en la pelvis.

—¿A dónde vas? —le pregunté al príncipe.

—Eres libre —me dijo con una sonrisa triste, y eso me entristeció.

Me llevó en su carruaje al mismo lugar donde me había encontrado. Me besó en la frente, y al bajar a mi rostro, no pudo evitar besarme los labios. Lo abracé muy fuerte: no quería dejarlo ir, no podía, quería quedarme. Él me correspondió con la misma intensidad, hasta que se desvaneció.

Unas mujeres que pasaban por ahí se acercaron a donde estaba. Mientras me ayudaban a incorporarme, vi alejarse a toda velocidad la lujosa camioneta negra que me había dejado tirada.

Este cuento está registrado ante la Dirección Nacional de Derecho de Autor (DNDA) de Colombia, bajo el número 10-1322-300. Queda prohibida su reproducción total o parcial sin autorización expresa de la autora. Si te gustó esta historia, puedes compartir el enlace para que más personas la descubran. ¡Gracias por leer!

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